domingo, 2 de noviembre de 2014

MARÍA LINARES



La vida la abandonaba, y sus cabellos castaños 
dormirían para siempre en una cama eterna; 
tanta pena era mi mirada, que mis lágrimas 
sin salir sonreían cuando ella me hablaba. 
Tal vez no la quise como debía desde el inicio; 
pero su sonrisa, su cálida forma de quererme, 
y esas bromas tan inocentes producían 
un nudo entre nuestras almas.

La conocí cuando aprendía a olvidar el amor, 
y no por amar tanto, sino por no ser amado. 
Ella apareció entre helados y dulces, una tarde 
que no tiene año, ni nada de tiempo; solo fue 
un momento inesperado, cuando mis manos 
estaban vacías y mi corazón con candado. 
Sin embargo, ella, María Linares, de ojos bellos 
y sonrisa perpetua, me llevo de la mano 
a los jardines de la alegría.

Se enamoró, y yo la quería, no con el mismo amor; 
pero sé que con la misma sonrisa. Aún no sé 
qué tenían sus bromas, o sus manías, que cuando 
pensaba en irme, me quedaba a cenar.

No me imaginé todo el tiempo que caminaríamos 
juntos, ni que yo la tendría a mi lado cuando 
por momentos, pequeños momentos, quería irme 
por otros brazos. Me sentía una basura, teniendo 
tanto amor y tanta ternura, pensando en arribar 
donde no esperan mi llegada.... Aunque a pesar 
de ello, la única vez que quise dejarla, me mordí 
la lengua al ver su sonrisa, y al saber, que aunque 
me fuera, me iría con ella. Lo entendí muy bien, 
sobretodo unos meses después, cuando 
nos condenaron a pasar menos tiempo del pensado; 
ella se iría de mi lado, no sabía en qué día 
de la semana, ni a qué hora del día, solo tenía 
claro que nuestra despedida nos esperaba.

Y una tarde, a mitad del té de los domingos, me dijo:

- Vete...
- Si me voy, me iré contigo, tú lo sabes.

Ya no volvimos a mencionar la separación.

Pasó el tiempo, lento, porque así decidimos que fuera, 
en cada beso, en cada noche, en cada mañana 
que nos amamos. Nunca más volví a pensar en dejarla, 
su sonrisa no me lo permitía, y menos esas manos 
tan frías que me sujetaban cuando dormía. Nada 
me alejaría de ella, ni este corazón estúpido, 
ni mis fantasmas perversos... me quedaría a ver 
sus ojos dormir, a oír tus latidos cantar con los míos; 
para ello y mucho más me quedaría.

Una mañana, tampoco tiene importancia la fecha, 
entendimos que el tiempo nunca se detiene; 
no importa que fuéramos lento, ni que cada beso 
sea una eternidad, siempre tendríamos nuestra 
despedida esperando por vernos llegar. Y llegamos, 
ella no despertaba; en aquella camilla se iban 
los mejores años. Ya en el último lugar de nuestras 
miradas, hablamos solo con sonrisas tristes, y para 
no irme le tomé la mano.

Me quedé mirándola y le pregunté:

- ¿Por qué sonríes?
- Vete...

Me lo dijo sin dejar su sonrisa.

- Claro, me iré contigo, o mejor dicho, nadie se irá.
- Estás loco...

Cada vez su voz era más pausada.

- Dime lo que quieras, que mientras yo viva, 
tú estarás en todo lo que escriba.
- Te amo...
- Te amo, María.

Sus ojos lentamente dejaron de verme; mis lágrimas 
empezaron a sonreír en su mejilla, pero no lloraba 
de la tristeza de ya no verla, sino de la alegría 
de haberla conocido...

Nunca te irás de mi vida, te lo dije, y de nuevo te lo digo.

Te amo, María.

- Leonardo 16 -

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