martes, 5 de mayo de 2015

ENCUENTRO














La nieve cubre las veredas
y se acumula en los tejados.
Para estirar las piernas, salgo.
Te miro allí, desde la puerta.

Con abrigo de otoño, sola,
sin el sobrero ni los zocos,
combates contra la congoja
y mascas desleídos copos.

Se esfuman árboles y vallas
en la distancia y la neblina.
Mientras azota la nevada
estás tú sola en una esquina.

Desde tu pañoleta escurre
agua que baja por las mangas;
y sobre tu cabello fulge,
como el rocío en la mañana.

Un mechón rubio te ilumina
y pone luz en los colores
del dulce rostro, la mantilla,
y el abriguito que te pones.

En tus pestañas se derrite
la nieve. Tienes ojos tristes.
Pareces esculpida y hecha
en una sola pieza, entera.

Con una gubia bien templada
en antimonio, se ha grabado
en lo más hondo de mi alma,
de un solo trazo, tu retrato.

Ahí han quedado para siempre
tus rasgos llenos de humildad.
Por eso digo: no me duele
que el mundo actúe con crueldad.

Y se duplica, por lo mismo,
la espesa noche hecha de nieve.
Y entre los dos ya no se puede
trazar un límite preciso.

Mas ¿quiénes, y de dónde, somos
si de aquel tiempo sólo hay humo
de habladurías y nosotros
no estamos más en este mundo?

Borís Pasternak
El doctor Zhivago

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