lunes, 14 de octubre de 2013

PODA PARA CRECER



De este montículo de polvo,
de huesos triturados
esparcidos por el tiempo,
tengo que rehacer mi dimensión;
armarme con los tótems de mis antepasados,
invocando los manes
que alguna vez me vieron ser colibrí
-alas rápidas picoteando
sin miedo a los cazadores-

apartar a manotazos
vientos y malas lenguas
empecinadas en empequeñecer
los atronadores latidos de mi corazón.

Desde esta desvencijada,
golpeada estructura,
he de renacer
fuerte como los ceibos,
hermosa como la tempestad

-que no se arredra ante las puertas cerradas-

para golpear de palabras el mundo
con mi cuerpo convertido en arcilla,
moldeado ya,
indeclinable ante las malas miradas,
pero tierno para las lagunas y las lunas
y la rima y el verso
y la sonrisa de mis hijos.

Es duro rehacerse desde el agua,
desde dos pequeñas pozas encharcadas
en medio de la cara
y la nariz roja
y la boca torcida por la tristeza.

Escarbar la esperanza en la desesperanza,
buscarle a lo amargo
el conocido, presentido, sabido,
sabor de la miel.

Es duro el contorno de la figura
recortada en el cerebro
-difusa, odiada, pero imborrable-

Cauta me advierto
ante otras manos ofreciendo ternura,
promesa, calor de sonrisa
mientras el brazo extendido del futuro
desde el espejo me anuncia
que estoy toda entera,
dura y frágil,
dispuesta para el nuevo,
indescifrable,
mañana.

-Gioconda Belli-

(‘El ojo de la mujer’, 1991)

*[fotografía: Charles E. Nevols]

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