La vida la abandonaba, y sus cabellos castaños
dormirían para siempre en una cama eterna;
tanta pena era mi mirada, que mis lágrimas
sin salir sonreían cuando ella me hablaba.
Tal vez no la quise como debía desde el inicio;
pero su sonrisa, su cálida forma de quererme,
y esas bromas tan inocentes producían
un nudo entre nuestras almas.
La conocí cuando aprendía a olvidar el amor,
La conocí cuando aprendía a olvidar el amor,
y no por amar tanto, sino por no ser amado.
Ella apareció entre helados y dulces, una tarde
que no tiene año, ni nada de tiempo; solo fue
un momento inesperado, cuando mis manos
estaban vacías y mi corazón con candado.
Sin embargo, ella, María Linares, de ojos bellos
y sonrisa perpetua, me llevo de la mano
a los jardines de la alegría.
Se enamoró, y yo la quería, no con el mismo amor;
Se enamoró, y yo la quería, no con el mismo amor;
pero sé que con la misma sonrisa. Aún no sé
qué tenían sus bromas, o sus manías, que cuando
pensaba en irme, me quedaba a cenar.
No me imaginé todo el tiempo que caminaríamos
No me imaginé todo el tiempo que caminaríamos
juntos, ni que yo la tendría a mi lado cuando
por momentos, pequeños momentos, quería irme
por otros brazos. Me sentía una basura, teniendo
tanto amor y tanta ternura, pensando en arribar
donde no esperan mi llegada.... Aunque a pesar
de ello, la única vez que quise dejarla, me mordí
la lengua al ver su sonrisa, y al saber, que aunque
me fuera, me iría con ella. Lo entendí muy bien,
sobretodo unos meses después, cuando
nos condenaron a pasar menos tiempo del pensado;
ella se iría de mi lado, no sabía en qué día
de la semana, ni a qué hora del día, solo tenía
claro que nuestra despedida nos esperaba.
Y una tarde, a mitad del té de los domingos, me dijo:
- Vete...
- Si me voy, me iré contigo, tú lo sabes.
Ya no volvimos a mencionar la separación.
Pasó el tiempo, lento, porque así decidimos que fuera,
en cada beso, en cada noche, en cada mañana
que nos amamos. Nunca más volví a pensar en dejarla,
su sonrisa no me lo permitía, y menos esas manos
tan frías que me sujetaban cuando dormía. Nada
me alejaría de ella, ni este corazón estúpido,
ni mis fantasmas perversos... me quedaría a ver
sus ojos dormir, a oír tus latidos cantar con los míos;
para ello y mucho más me quedaría.
Una mañana, tampoco tiene importancia la fecha,
Una mañana, tampoco tiene importancia la fecha,
entendimos que el tiempo nunca se detiene;
no importa que fuéramos lento, ni que cada beso
sea una eternidad, siempre tendríamos nuestra
despedida esperando por vernos llegar. Y llegamos,
ella no despertaba; en aquella camilla se iban
los mejores años. Ya en el último lugar de nuestras
miradas, hablamos solo con sonrisas tristes, y para
no irme le tomé la mano.
Me quedé mirándola y le pregunté:
- ¿Por qué sonríes?
- Vete...
Me lo dijo sin dejar su sonrisa.
- Claro, me iré contigo, o mejor dicho, nadie se irá.
- Estás loco...
Cada vez su voz era más pausada.
- Dime lo que quieras, que mientras yo viva,
Me quedé mirándola y le pregunté:
- ¿Por qué sonríes?
- Vete...
Me lo dijo sin dejar su sonrisa.
- Claro, me iré contigo, o mejor dicho, nadie se irá.
- Estás loco...
Cada vez su voz era más pausada.
- Dime lo que quieras, que mientras yo viva,
tú estarás en todo lo que escriba.
- Te amo...
- Te amo, María.
Sus ojos lentamente dejaron de verme; mis lágrimas
- Te amo...
- Te amo, María.
Sus ojos lentamente dejaron de verme; mis lágrimas
empezaron a sonreír en su mejilla, pero no lloraba
de la tristeza de ya no verla, sino de la alegría
de haberla conocido...
Nunca te irás de mi vida, te lo dije, y de nuevo te lo digo.
Te amo, María.
Nunca te irás de mi vida, te lo dije, y de nuevo te lo digo.
Te amo, María.
- Leonardo 16 -
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