SIN RETORNO

En una fría tarde de invierno
sacó su maleta y comenzó a empacar.
Cada objeto, con lentitud guardado
era un grito desesperado,
una llamada de atención
de quien se sabía ignorado
pero no le pudiste escuchar;
sordo por completo
y en otros horizontes deslumbrado
preferiste así continuar.
Mientras más empacaba
con más desesperación te imploraba:
“¡Necesito de ti! ¡No me dejes marchar!
¡No me dejes morir!”
Pero el letargo de tu profundo sueño
fue su perdición y al no escuchar respuesta
empezó a andar con pasos lentos, imperceptibles;
nadie se dio cuenta, nadie lo notó.
¿Qué más podía hacer? Le dejaste sin opción.
Se empezó a alejar y comenzó a morir;
cada paso sin rumbo marcó su agonía;
sin noción del tiempo, la noche, el día,
olvidó quién era y para qué existía.
Despertaste a medias y le quisiste abrazar
pero ya no estaba a tu lado,
ya no adherido a tu costado
como solía siempre estar;
le llamaste pero no respondió;
le buscaste por cada rincón;
le exigiste pero ya no llegó
y hasta entonces notaste su ausencia;
ahora que le necesitas
te das cuenta que ya no está;
hoy que le reclamas sólo hallas
en su lugar un enorme vacío
y donde abundaba su calor
sólo se sienten saetas de frío
y le maldices por haberse marchado sin clemencia,
sin saber que se perdió en el mundo, en el tiempo;
que va hambriento, con frío y sediento;
que es un pobre indigente andrajoso,
ruin, vil y menospreciado;
que va provocando asco, lástima y rechazo
y que va siendo por los días, los meses,
los años y los siglos, devorado.
“¿Dónde está?” Te sigues preguntando;
“¿Qué fue lo que pasó aquí?
No entiendo por qué me dejó,
no entiendo por qué se fue.”
¿Podrás despertar del todo?
¿Abrirás por completo
tus ojos y tus sentidos?
¿Entenderás alguna vez por qué se marchó?
Es un juego de azar, quizá sí, quizá no.
Mientras tanto, sigue vagando;
ya no tiene conciencia ni de su nombre.
El único milagro esperado
es que pronto llegue el día
en que el buen Dios lo tome en sus brazos
y acabe por fin con tanta agonía.


Alibut Sarabia