RUBÉN BAREIRO SAGUIER
Anoche un guardia,
un hombre con el rostro
oculto por una máscara de sombra,
entre las rejas me pasó una rosa
cortada de algún jardín público.
«Viene de afuera», me dijo,
y sentí que un hálito de vida
me invadía.
Supe que en el fondo del pozo,
en el charco de un pecho
puede florecer una rosa.
Aunque la fetidez
la marchitó enseguida,
la rosa existe.
Delfina Acosta
Anoche un guardia,
un hombre con el rostro
oculto por una máscara de sombra,
entre las rejas me pasó una rosa
cortada de algún jardín público.
«Viene de afuera», me dijo,
y sentí que un hálito de vida
me invadía.
Supe que en el fondo del pozo,
en el charco de un pecho
puede florecer una rosa.
Aunque la fetidez
la marchitó enseguida,
la rosa existe.
Delfina Acosta
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