Ya su risa lejos se ha marchado,
su dulce voz, impávida poco dice.
Ella igual como ayer ha llorado,
su mirada tierna nada predice.
Ara ese torrente en su frente,
se humedecen sus ojos todavía.
Ya no alumbra el sol en su día,
ni divisa su mirada el oriente.
Huye el tiempo voraz de su mente.
Contemplo perplejo sus manos frías,
plasmada sigue su pena que es mía;
lágrimas pulcras, corren blandamente.
¡Madre! No llores más, tus penas,
sangran y hielan mi alma vencida;
quise decirle pero en mis venas,
cuajaba se el fuego de mi herida.
Si ella supiera que su gran pesar,
mayor desconcierto en mi es hondo
y que entre las sombras... me escondo,
sin decir nada,... sin poderla besar.
Quizá callara su ser dolorido,
que aún embriaga mi lenta esperanza.
Existen momentos que me veo perdido
y mi angustia es cual fuerte tenaza.
Desdichado la miro… y al mirarla,
parece un retrato y no humana.
Mis brutas manos al acariciarla,
no la notan en nada... en nada extraña.
Del libro: “Rozando palabras”
raúl ignacio Lario de Argentina.
D. Reservados
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