Nació en Sevilla, el 17 de febrero de 1836. Era hijo
de Joaquina Bastida de Bargas y del pintor José Domínguez Bécquer. Fue
bautizado en la parroquia de San Lorenzo Mártir, con el nombre de
Gustavo Adolfo, siendo su apellido original Domínguez Bastida. Tenía un
hermano mayor, Valeriano, ambos huérfanos a muy temprana edad. Fueron
adoptados por su tío, Juan de Vargas.
A los diez años, Gustavo Adolfo comenzó la carrera de náutica, en el colegio de San Telmo, en Sevilla. Sin embargo, su vocación se frustró, cuando el colegio cerró sus puertas. Fue a vivir, entonces, con su madrina, Manuela Monahay, y bajo su cuidado estudió pintura y latín.
En 1854, marchó a Madrid junto a su hermano. Allí colaboró en varias
publicaciones periodísticas, fundando con unos amigos, la revista
“España Artística”. Sin embargo su estadía no fue grata. Los graves
problemas económicos y de salud (se le declaró hemoptisis), comenzaban a
debilitarlo. En el Monasterio de Veruela, encontró un lugar para
restablecerse, y desde allí envió sus escritos, entre ellos “Cartas
desde mi celda”, a diversas revistas.
De regreso a Madrid, comenzó a trabajar en la Oficina de Bienes Nacionales, pero por poco tiempo.
Data de esa época, el amor profundo y fugaz con Julia Espín, hija de un
profesor del Conservatorio y organista del palacio real. Se dice que
muchas de sus rimas la tienen como inspiradora, y le legó su nombre
(Julia) a su sobrina, hija de Valeriano.
Fue con Casta, hija de su médico, Francisco Esteban, con quien
Bécquer se casó en 1861, y con quien tuvo sus tres hijos. Sin embargo,
el último de ellos fue fuente de conflictos matrimoniales, ya que
Gustavo lo atribuía al fruto de un amor prohibido de su esposa.
Fue redactor del diario “El Contemporáneo”, Censor de Novelas, pero
nunca participó en la vida pública o política. La fama no lo acompañó
durante su vida. Tenía pocos amigos. Era serio, bondadoso, poco
expresivo, le gustaba la música y admiraba a Chopen.
Su obra es muy reducida, sencilla, cálida, sentimental y depurada. La
componen sus célebres “Rimas”, conjunto de 94 poemas breves, 25
leyendas y sus nueve cartas literarias con el título “Desde mi Celda”.
Si bien su fama se debió a sus versos, también sus prosas fueron
magníficas. En las leyendas, cautiva al lector mostrándole un mundo
fantástico, que lo atrapa hasta el final. No trató de dejar enseñanzas
morales, ni se ató a la lógica, sino que dejó fluir su imaginación y sus
sentimientos, típico de los autores románticos. Algunas pertenecen al
género gótico o de terror, otras, son verdaderas poesías, escritas en
prosa, y otras son narraciones de aventuras. En ellas se destacó su
admiración por la naturaleza y los paisajes castellanos.
Inauguró, junto a Rosalía de Castro, la línea moderna española, y fue
así reconocido por autores prestigiosos como Miguel de Unamuno, los
hermanos Antonio y Manuel Machado, Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti,
Federico García Lorca, entre otros.
Se destacan entre sus obras: “El libro de los gorriones”, “Historia
de los templos de España” (1857), “Cartas literarias a una mujer”
(1860-1861), “Cartas desde mi celda” (1864), “Obras completas” (1871).
Entre sus leyendas: “El caudillo de las manos rojas” (1858), “La cruz del diablo” (1860, “La ajorca de oro” (1861), “El beso” (1863), “La rosa de pasión” (1864), entre otras.
Entre sus leyendas: “El caudillo de las manos rojas” (1858), “La cruz del diablo” (1860, “La ajorca de oro” (1861), “El beso” (1863), “La rosa de pasión” (1864), entre otras.
Sus afamadas rimas fueron escritas en 1867, pero perdió el manuscrito
durante la Revolución de 1868. Lo reconstruyó casi de memoria, y con la
ayuda de algunas que habían sido publicadas en los periódicos de la
época. Le dio el título de “El libro de los gorriones” y es conservada
en la Biblioteca Nacional de Madrid. En ellas se entrecruzan en versos
asonantes, los recuerdos, el amor, el desengaño, la desesperanza y la
muerte.
Sui vida se apagó en Toledo, aquejado por una enfermedad que lo
acompañaba desde 1858, el 22 de diciembre de 1870, en plena juventud (34
años), meses después de la física desaparición de su hermano, que había
fallecido en septiembre.
Entre sus últimos deseos, solicitó a su amigo, el poeta Ferrán, que
quemase sus cartas personales, para impedir su deshonra, y que
publicasen sus versos. Opinó que “muerto seré más reconocido que vivo”, y
su premonición se cumplió.
Los restos de ambos hermanos yacen en Sevilla, donde fueron trasladados en 1913.
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