
Era una mujer hermosa. El cutis
tenía la frescura de manzana.
Como lirios sus ojos se entreabrían,
como lirios sus ojos se cerraban.
Por su mirada altiva y de cuchillo
los dioses observaban desde lejos.
Se enjuagaba las manos con jazmines
y de sus hombros resbalaba el chal.
Los hombres no la amaban. ¿Qué tenía
que no tuviera ya la hermosa moza?
Jamás ella rompió cartas de amor.
Sus besos se morían en su lengua
después de dar mordiscos a las frutas.
Y los años pasaban y su rostro
atardecía y frente de su puerta
un perro macilento vigilaba.
Delfina Acosta
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